eliópolis: El amor de Tiyi (2)

viernes, junio 25, 2004

El amor de Tiyi (2)


Mi querida Nefertiti:
Como prometí sigo con la historia de Tiyi.
...
Lucía una diadema de brillantes piedras y llevaba un rico vestido de terciopelo que le dejaba al descubierto los flácidos y blancos hombros de mujer anciana y un gran escote. El baile era espléndido. La sala estaba lujosamente adornada. El ambigú estaba ricamente surtido, y la cerveza corría a raudales y el vino que no podía faltar nunca en estas fiestas. A mí me gustaba mucho la cerveza, pero aquel día no la probé, pues sin beber nada ya me sentía ebria de amor. En cambio bailé como una peonza , y siempre que me fué posible con él. Mi ángel llevaba un vestido blanco de lino y una túnica que cubría su torso y cubría su cabeza afeitada con una delicada peluca de pelo natural . No era la única que le miraba. Le contemplaban y le admiraban las mujeres, e incluso los hombres, a pesar de que los eclipsaba a todos. Era imposible no admirarlo.
>>Según lo estatuido, digámoslo así, no baile la danza de Aarón con el, pero en realidad bailamos juntos casi todo el tiempo. Amenofis III, Amen para mi, iba decidido a mi encuentro a través de toda la sala y yo me dirigía hacia él, marcando los compases del baile, sin esperar su invitación. Amen premiaba con una sonrisa mi perspicacia. Cuando éramos varias quienes nos acercábamos y el no acertaba a darme la mano, encogía sus hombros levemente, como lamentándolo, y me sonreía para consolarme. Cuando bailaba con el, aceleraba su respiración y me decía “más”, y yo seguía danzando sin sentir mi propio cuerpo.
-¡Bah! ¿Cómo no iba a sentirlo cuando le abrazaba por el talle? Supongo que sentía no sólo su propio cuerpo, sino también el de él –dijo uno de los presentes-
A Tiyi se le puso el rostro encendido y casi gritó, enojada:
- ¡Bueno! Así es la juventud de hoy. Ustedes no ven más que el cuerpo. En nuestros tiempos era distinto. Cuando más enamorada estaba yo, tanto más incorpóreo se me figuraba él. Ustedes ven los pies, los tobillos y aún algo más, ustedes desnudan al hombre del que están enamoradas. Para mi, en cambio. el objeto de mi amor llevaba siempre vestidos de bronce. Nosotros no sólo no desnudábamos, sino que procurábamos cubrir la desnudez, como el buen hijo de Amón. Pero ustedes no pueden comprenderlo.-No le haga caso. ¿Qué más? -dijo uno de los nuestros.
-Pues que bailé casi siempre con él y las horas se me pasaron volando. Los músicos, abrumados de la fatiga (ya sabéis lo que pasa al final del baile), repetían unos mismos compases; en las salitas de recibir, los padres y madres se levantaban ya de las mesitas de juego, les encantaba jugar al senet, a mi también ahora, en espera de la cena; los lacayos iban y venían atareados cada vez con mayor frecuencia. Eran más de las dos de la madrugada. Había que aprovechar los últimos minutos. Bailé una vez más y por centésima vez dimos la vuelta al salón.
>>-Así, pues, después de cenar, la contradanza será para mí, ¿verdad? –me dijo mientras me acompañaba a mi sitio.
>>-Eso si no me llevan a casa –le contesté sonriendo.>>-No lo permitiré –dijo.Deme el abanico –repliqué.
>>-Siento tener que devolvérselo –respondió entregándome un blanco abanico de poco valor.
>>-Tome, para que no lo sienta –le dije. -Para ti, añadí, arrancando una plumita del abanico y poniéndosela en sus manos.
>>-Cogió la pluma y sólo con la mirada expresó el entusiamo y el agradecimiento que le embargaban.
>>Yo me sentía no solo alegre y satisfecha, sino feliz, llena de beatitud y de bondad; ya no era yo, sino un ser bienaventurado que había perdido la noción del tiempo y no podía hacer sino el bien. Guardé el abanico y permanecí de pie, sin fuerzas para apartarme de él.

-Continuará...Akhenatón.

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