Un mundo sin horizontes
La tragedia nace de una falta de adaptación al espacio y de un desconocimiento total del tiempo en que se vive. No soy antropólogo pero entiendo muy bien al ser humano, digamos que lo he estudiado a fondo, y no soy sociólogo pero entiendo la complejidad del conflicto social en el que juegan un papel importante los linajes o las solidaridades verticales siempre dinámicos y amenudo irracionales. No soy historiador pero...no lo necesito para ver las cosas como son y como fueron en cada momento histórico, realidad indisociable de los individuos, de las personas, con sus intereses, sentimientos y pasiones, patologías, incluso, e inexplicable sin tener en cuenta la irracionalidad y el azar. Todo ello muy diferente de la historiografía actual que tiende a usar y abusar de la invención, del alejamiento de las fuentes directas, de las identidades. Pero entonces que soy. Estoy convencido de que al fin solo soy un aprendiz, no diletante, de humanista, a la antigua, y en este quehacer tengo mucho que decir, al menos a mi mismo.
La clave del método es la persona y este lo es todo. Sea cual sea tu actividad o profesión en tus obras estás tú y es fácil ver la personalidad detrás de lo que hace alguien, por muy cientifico que quiera mostrarse.
La clave del método es la persona y este lo es todo. Sea cual sea tu actividad o profesión en tus obras estás tú y es fácil ver la personalidad detrás de lo que hace alguien, por muy cientifico que quiera mostrarse.
No me gusta el tiempo que me ha tocado vivir pero reconozco que hubiera sido peor vivir a mediados del siglo XX. ¿Qué puedo decir de nuestro tiempo? La gigantomanía urbanística, esta enfermedad egendrada por el matrimonio técnica y capital. Nuestro tiempo, con sus ruidos, movimientos, colores agrios, con su mezcla de anuncios de desodorantes y helados con las miserias y horrores que ocurren en otras partes del mundo, es un mundo que ha perdido el horizonte y lo ha sustituido por imagenes y más imagenes hasta el hastío más absoluto de tanta plasticidad y esa, como llamarla, satisfacción satisfecha e irónica que tanto se cultiva. El achabacamiento que nos rodea, la veneración al poder, al Estado, el sentimiento reverencial al dinero sin importar como piensan. La cultura del gesto que atufa. Como veis no soy ni puedo ser optimista.
En la vida sencilla se encuentra la profundidad de los sentimientos y la complejidad innegable de la naturaleza del hombre, y también el factor maldad que hay en la vida, sea del origen que sea. En este sentido, solo en este, me siento cerca de los voltairerianos. En fin, la idea de Cicerón, de que la história es testigo de las edades. luz de la verdad, vida de la memoria y maestra de la vida es extremadamente optimista. Vivimos en una época en que el hombre nunca a sabido tanto de los hombres en detalle, pero que también nunca se ha sabido menos del hombre como tal hombre. Se estan perdiendo las tradiciones, o mejor dicho, la tradición, esa idea de continuidad entre el presente y el pasado lejano, la noción de supervivencia. El espiritu de los pueblos se esconde y se encarna en ella. Si nos fijamos en los tiempos neolíticos, y examinamos sus tumbas, grutas y monolitos con toda la serie de objetos y señales que acompañan, veremos salir de todo ese inmenso mundo de piedra el espíritu de un pueblo, cuyas aspiraciones no se satisfacen con los goces de esta tierra, y espera en otra parte mejor vida. Esta idea le sirve a Cernuda para escribir:
Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires.
Adiós, adiós, compañeros imposibles.
Que ya tan sólo aprendo
A morir, deseando
Veros de nuevo, hermosos igualmente
En alguna otra vida.
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