Orión
Si miramos hacia el sureste cualquiera de estas desapacibles noches otoñales, podremos admirar una de las más maravillosas constelaciones de todo el firmamento: Orión. Su forma característica y el notable brillo de las estrellas que la conforman la hacen inmediatamente reconocible. Orión, en la mitología antigua, era un valeroso cazador, y en el cielo aparece acompañado de sus perros (el Can Mayor y el Can Menor). Zeus dispuso a Orión y a su codiciada presa, el Escorpión, en regiones opuestas de la bóveda celeste, de forma que cuando uno sale por el Este el otro ya se ha ocultado por el Oeste, persiguiéndose eternamente.
Los hombros del gigante los forman dos conocidas estrellas, Betelgeuse y Bellatrix. La primera de ellas, de color rojizo, es gigantesca. Si redujéramos a nuestro Sol a un balón de fútbol, Betelgeuse, a la misma escala, no cabría en la Cúpula de San Pedro del Vaticano. Rigel, de tono azulado, y Saiph, forman los pies. En el centro del rectángulo vemos las famosas “Tres Marías” (Alnitak, Alnilam y Mintaka), que forman el Cinturón de Orión, del que pende una “espada” formada por varias estrellas débiles y multitud de bellísimos objetos, apreciables con instrumental óptico. La Gran Nebulosa de Orión (llamada “Catedral del Firmamento”) destaca entre ellos, y la célebre Nebulosa de Cabeza de Caballo, pues tal parece vista con potentes telescopios.
Todo parece indicar que al famoso telescopio espacial Hubble le quedan pocos años de vida. A pesar de su tortuosa existencia (ha sufrido costosas reparaciones por parte de la tripulación de varios transbordadores espaciales), el conjunto de descubrimientos científicos que nos ha proporcionado no tiene comparación en la historia de la Ciencia. Gracias al ingenio de sus diseñadores hemos podido conocer las más lejanas galaxias, las nebulosas más bellas y decenas de nuevos mundos donde la vida puede haber arraigado. Desde la época de Galileo, la Astronomía no había avanzado tanto en tan poco tiempo. La extraordinaria capacidad de este telescopio radica en su posición privilegiada, fuera de la atmósfera terrestre y por tanto lejos de la perniciosa influencia que tiene el aire en la visibilidad de los astros más débiles. Desde el Hubble la noche es eterna y puede dedicar las veinticuatro horas en la investigación del Cosmos. Su apretada agenda se ha dedicado durante años a satisfacer la curiosidad de científicos interesados en evolución estelar, física planetaria o agujeros negros. Lamentablemente, la NASA ha decidido no costear una nueva reparación de los giróscopos que lo mantendrían funcional durante unos cuantos años más. Acabará sus gloriosos días en algún punto del fondo del Pacífico Sur, tal como le ocurrió a la MIR hace unos años. Pasará bastante tiempo hasta que sea relevado por un ingenio de capacidad similar, y hasta entonces echaremos de menos sus impresionantes imágenes, retratos de un Universo enigmático lleno de lugares a los que dirigir nuestro sueños.
Pero nos quedan esas imagenes impresionantes.
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