The Prince of Tides
Existe una tierra de las marismas y cuentan los del lugar una leyenda: "En el principio de los tiempos no existían las mareas. El mar era un inmenso lago apacible , solo el ir y venir de los seres que vivian en sus aguas alteraban su quietud en forma de leves corrientes; las olas se formaban con el deambular de los bancos de peces. Cuentan también que existió un príncipe sin reino, un muchacho de agua llamado Gardener que se sentaba en las rocas cubiertas de musgo justo en el instante en que el mar centellea reflejos de naranja. El príncipe plateado lloraba diminutas caracolas mientras cumplía la condena impuesta por su madre Tiyi, la nereida de las escamas quisquilla, que consistía en vibrar las cuerdas de un violín de arena en el que interpretaba bonitas melodias.
Un planeta en el cielo, repleto de mares secos, envidiaba la placidez y la humedad del planeta de las marismas. Lo único que calmaba su aridez eran las serenatas del principe con sus dedos de agua, que al rozar las cuerdas desprendían unas minúsculas gotas que se elevaban ingrávidas hasta depositar su lluvia en el lecho de los cráteres. Y cuando el príncipe se retiraba a descansar a la cueva del olvido, el astro desolado escurría su pena en el rocío que regresaba una vez más a las marismas.
Una tarde, mientras el príncipe afinaba las cuerdas de coral, una sirena lo llamó cantando desde el extremo de la marisma. Su madre le había advertido que no escuchara a Maidy, porque su voz convertía en piedra a los príncipes de agua. Pero el muchacho ya no confiaba en los consejos de Tiyi, así que decidió ir en su busca, saltando entre roca y roca. Cuando llegó a su altura, Maidy simplemente se acercó a la fuente de su oído y comenzó a cantar la canción de los no presentes. Cientos de ondas de agua surcaron la piel de Gardener, y de ellas comenzaron a brotar mil gotas que se mezclaban como lluvia con su violín, formando una pasta espesa. El príncipe recordó a sus seres queridos, y cada recuerdo olvidado que recuperaba se convertía en un guijarro que nacía en sus tentáculos de agua y se encajaba en el traste de aquel instrumento, y se alineaban en sus aristas. Al terminar su trance, el violín no era ya una frágil composición de arena, sino una sólida filigrana de la geografía del mar. Gardener intentó cogerlo, pero descubrió que sus extremidades líquidas no podían sostener tanto peso.
La sirena miró al principe desde un súbito silencio. Aquel al que había observado tantas veces, maniatado a un violín y a la rigidez del dolor que había forjado las cuentas que ella lucía en un collar de caracolas. El lejano y melancólico príncipe del que se había enamorado a distancia, al que acababa de librar de su condena. Maidy lo tomó de la mano y lo guió hasta la playa del arco iris, donde bailaron como sólo saben hacerlo los peces en el agua, con la música orquestada en los vaivenes de las nubes de camarones. Y una vez terminada la pieza, el collar de lágrimas de nácar se deshizo en granos de sal desde el cuello de la sirena y se perdieron en el cuerpo incoloro de Gardener.
El astro seco, absorto desde lo alto en aquel espectáculo, sin aire ante la pérdida irreparable de la música que lo regaba, aspiró tanto que toda el agua se elevó en una columna hasta bañar de mares sus superficies, mientras el planeta de las marismas se llenaba del desierto de sus océanos. El planeta gris se eclipsó de agua, y con ella absorbió a su vez a Gardener, desterrado para siempre de su sirena, que yacía varada sobre un centenar de estrellas de mar.
Cuentan que el príncipe construyó un nuevo violín allá arriba, con la tierra del planeta gris, que tras su inundación se llamaba azul. Y que sus dedos no paran de rasgar las cuerdas del instrumento, ni de día ni de noche. Que su adagio provoca subidas y bajadas en la superficie del planeta de agua, por lo que sus habitantes lo han bautizado como el príncipe de las mareas, gobernadas por las notas de su música. Que las gotas que se desprenden de sus manos se precipitan de nuevo a su casa, a la sima donde reposa su sirena.
Dicen incluso que llegará el día en que el principe toque con tanta fuerza que dejarán de existir las mareas. Que desde las yemas de sus dedos se escurrirá en venganza toda el agua del planeta para retornar al hogar del príncipe, a su mar de la tranquilidad. Dicen que algún día no muy lejano, la luna volverá a ser el planeta de las marismas".
Una tarde, mientras el príncipe afinaba las cuerdas de coral, una sirena lo llamó cantando desde el extremo de la marisma. Su madre le había advertido que no escuchara a Maidy, porque su voz convertía en piedra a los príncipes de agua. Pero el muchacho ya no confiaba en los consejos de Tiyi, así que decidió ir en su busca, saltando entre roca y roca. Cuando llegó a su altura, Maidy simplemente se acercó a la fuente de su oído y comenzó a cantar la canción de los no presentes. Cientos de ondas de agua surcaron la piel de Gardener, y de ellas comenzaron a brotar mil gotas que se mezclaban como lluvia con su violín, formando una pasta espesa. El príncipe recordó a sus seres queridos, y cada recuerdo olvidado que recuperaba se convertía en un guijarro que nacía en sus tentáculos de agua y se encajaba en el traste de aquel instrumento, y se alineaban en sus aristas. Al terminar su trance, el violín no era ya una frágil composición de arena, sino una sólida filigrana de la geografía del mar. Gardener intentó cogerlo, pero descubrió que sus extremidades líquidas no podían sostener tanto peso.
La sirena miró al principe desde un súbito silencio. Aquel al que había observado tantas veces, maniatado a un violín y a la rigidez del dolor que había forjado las cuentas que ella lucía en un collar de caracolas. El lejano y melancólico príncipe del que se había enamorado a distancia, al que acababa de librar de su condena. Maidy lo tomó de la mano y lo guió hasta la playa del arco iris, donde bailaron como sólo saben hacerlo los peces en el agua, con la música orquestada en los vaivenes de las nubes de camarones. Y una vez terminada la pieza, el collar de lágrimas de nácar se deshizo en granos de sal desde el cuello de la sirena y se perdieron en el cuerpo incoloro de Gardener.
El astro seco, absorto desde lo alto en aquel espectáculo, sin aire ante la pérdida irreparable de la música que lo regaba, aspiró tanto que toda el agua se elevó en una columna hasta bañar de mares sus superficies, mientras el planeta de las marismas se llenaba del desierto de sus océanos. El planeta gris se eclipsó de agua, y con ella absorbió a su vez a Gardener, desterrado para siempre de su sirena, que yacía varada sobre un centenar de estrellas de mar.
Cuentan que el príncipe construyó un nuevo violín allá arriba, con la tierra del planeta gris, que tras su inundación se llamaba azul. Y que sus dedos no paran de rasgar las cuerdas del instrumento, ni de día ni de noche. Que su adagio provoca subidas y bajadas en la superficie del planeta de agua, por lo que sus habitantes lo han bautizado como el príncipe de las mareas, gobernadas por las notas de su música. Que las gotas que se desprenden de sus manos se precipitan de nuevo a su casa, a la sima donde reposa su sirena.
Dicen incluso que llegará el día en que el principe toque con tanta fuerza que dejarán de existir las mareas. Que desde las yemas de sus dedos se escurrirá en venganza toda el agua del planeta para retornar al hogar del príncipe, a su mar de la tranquilidad. Dicen que algún día no muy lejano, la luna volverá a ser el planeta de las marismas".
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